Santorini 3 Un hombre vestido de blanco subía poco a poco las escaleras. Llevaba esforzadamente un radiocassette tan grande que resultaba absurdo sobre su hombro. Desde nuestro puesto, la terraza de una taberna sobre la bahía, vimos que sólo podía venir de un velero fondeado allá abajo. Entró, se sentó y pidió de beber: cuarenta años, ropa deportiva y el bronceado de un vividor.
La conversación de rigor comenzó por el tiempo y derivó donde debía. Decía él "made in Japan" y los lugareños se amorraban al aparato como si en sus botones de plástico falsamente cromado fueran a vislumbrar las sesenta cadenas de las que hablaba el forastero. Un pueblo de comerciantes, entonces y ahora, vecino al fin y al cabo y colega de los fenicios.